Recuerdo mis primeras muertes como si fuera ayer. Madre mía, qué dolor, qué desgarro, qué sentimiento. Esas sí que dolieron, no como las de ahora. A fuerza de morir uno se acostumbra y te confieso que hace tiempo que hasta lo hago con gusto. Como un lemming que sale corriendo hacia el barranco sin mirar atrás. Por si no te suena qué es un lemming es un animalito que tiene fama de suicidarse en masa como parte de un mecanismo de autorregulación natural. Cuando son muchos, van y se suicidan (aunque cada vez más parece que eso es un mito, la imagen me vale igual). ¿Cómo decido cuándo morir? Cuando siento que algo dentro de mí no soy yo. Quizás identifico que es una idea que me contaron y no evalué en su momento, puede que sea algo que no me haga feliz o que no esté en consonancia con lo que quiero que sea mi vida.
Y es que, reconócelo, este que ahora está leyéndome no es tu mejor tú. Hay otro ahí dentro que quiere salir, quizás llevas años escuchando su vocecilla y, nada, que no le haces caso por puro miedo. ¿Qué pasaría si le dejaras darse una vuelta por tu vida? O mejor ¿y si tomara el control de tu existencia? Seguro que la liaba parda, lo mismo quiere empezar a marcar límites, canta las verdades a más de uno y se pone por delante a la hora de ser feliz. Ay madre, qué disgusto más grande si todo esto pasara. Te morirías. Y aquí estoy yo animándote para que lo hagas, para que mueras, pero de verdad.
Hace muchos años mi maestra de Reiki decía “en una vida anterior fui abogada”. No se refería a una reencarnación, más bien hablaba de un yo que había matado para dejar paso a la estupenda persona que teníamos enfrente. Para mí cada vez más la vida trata de eso, de morirse una y otra vez.
Lo habitual es que la vida nos dé muchas oportunidades de morir y que ni nos enteremos. Suele ser un eco en nuestra vida que nos informa de que no somos felices, de que hemos renunciado a nuestros sueños, de que nos aburre la vida. Como se oye bajito, lo ignoramos y entonces llega un evento importante ante el que es más difícil cerrar los ojos.
Hace muchos años en un lapso corto de tiempo tuve la oportunidad de conocer a dos personas increíbles. Una tenía cáncer, otra SIDA. Y ambas me dijeron lo mismo: que la enfermedad era lo mejor que les había pasado en sus vidas. A la primera le dio todo un nuevo orden de prioridades, le hizo ver lo importante de cuidar su cuerpo y de estar con las personas a las que amaba. La segunda dejó de fingir que era alguien que no era, aceptó su sexualidad y comenzó a permitirse ser tal y como deseaba sin juzgarse y sin admitir juicios. Cuando uno deja de preguntarse “¿por qué?” y comienza a preguntarse “¿qué puedo aprender de esto?” una enfermedad grave puede ser una maestra increíble.
Otras veces la muerte de un ser que amamos nos hace ver que no estaremos aquí para siempre, nos lleva a la reflexión, a hacernos preguntas de las importantes. En su libro “Ilusiones”, Richard Bach dice: “Los interrogantes más sencillos son los más profundos. ¿Dónde has nacido? ¿Dónde está tu hogar? ¿A dónde vas? ¿Qué haces? Plantéatelos de tiempo en tiempo, y observa cómo cambian tus respuestas.”
Una traición (como dar años de nuestra vida en una empresa y que luego nos despidan sin el menor pudor), un cambio de país o una ruptura amorosa también pueden abrirnos la puerta a reinventarnos. En este último caso se nota más cuando llevamos toda la vida con esa pareja. Si comenzamos a salir muy jóvenes nuestras ideas y prioridades han nacido del consenso con el otro. No ha habido una búsqueda propia donde sepamos qué queremos, qué nos parece bien o mal, quiénes somos o qué tipo de persona nos gustaría ser. Todo eso ha pasado antes por el filtro del otro: qué pensará, cómo me verá, me seguirá queriendo si hago esto o aquello. En cambio, cuando estamos en soledad y nos consultamos internamente las respuestas que aparecen pueden ser más honestas y sabemos que son correctas porque nos hacen sentir bien, sentimos la vida en el cuerpo.
Puede que alguien, o la vida misma, nos haga ver que una idea que dábamos por segura no lo es tanto: qué es correcto e incorrecto para una mujer o para un hombre, qué es importante en la vida, qué busco, a dónde quiero llegar… Realmente mis respuestas cambian mucho, a veces de año a año. Cuando empecé en este camino de mirarme por dentro cada vez que alguien, o la misma vida, me hacían ver que lo que había creído siempre no era así sentía un desgarro enorme, como si de forma literal alguien estuviera quitándome un trozo de mí misma. Lo interesante es que luego me sentía más ligera. Veía que el dolor, después de todo, había valido la pena y seguía adelante sin volver a acordarme de mi yo anterior (o incluso recordándolo con pena o un poco de vergüenza, a veces incluso con bastante vergüenza). Supongo que es buena señal. Ahora mismo veo que me queda mucho que aprender y aunque algunas cosas me dan miedo, estoy convencida de que valdrá la pena.
Hay dos formas de morirse: de tedio y tristeza o como un Ave Fénix”.
¿Cómo saber si te estás muriendo con la frecuencia adecuada? Recuérdate cinco años atrás ¿qué creencias has cambiado desde entonces? ¿te sientes más tú? ¿estás manifestando eso tan bueno que llevas dentro? Si tus respuestas son pobres, te animo a morirte un poco más a menudo. Y es que, para mí hay dos formas de morirse: por dentro de aburrimiento, tedio y tristeza o por dentro como un Ave Fénix que renace en una versión de sí mejorada. Morirnos nos vamos a morir todos igual, así que ya puestos te animo a renacer. Que sí, que da miedo, que te hace sentir vulnerable, que qué pensarán… todo eso, como en cualquier otra cosa, se te irá yendo con la práctica.