Príncipes azules y princesas rosas, tonterías que no terminarán con “y vivieron felices”

A nuestros antepasados les educaron diciéndoles que una buena pareja (o más bien un buen marido o una buena mujer) era alguien que te daba seguridad con quien formar una familia. El tema romántico no se trataba mucho, al fin y al cabo con el tiempo ya le cogerías cariño y muchos de los matrimonios eran pactados por los padres.
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Raquel Rús
Sexóloga, terapeuta de pareja y Profesora Acreditada por la International Enneagram Association. Autora del libro "Comunicación consciente".

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Después las siguientes generaciones se revelaron y quisieron algo más: el amor romántico. Y de ahí pasamos a pensar que el otro era un ser maravilloso, perfecto con el que no tendríamos que discutir nada, encajaríamos como dos piezas de un puzzle y sería algo de película. Obviamente cuando eso no pasa vienen las decepciones.

Nos han vendido un amor romántico, adolescente e irreal donde todo tiene que ser siempre bucólico y a la primera que pasa creemos que algo está mal y salimos huyendo porque el otro no alcanzó nuestra idea mental o nosotras mismas sentimos que no estuvimos a la altura. Todo esto es fruto de una sociedad que ha vendido un amor adolescente. En el amor entre adultos entendemos que el otro a veces puede actuar desde un yo no muy equilibrado, igual que lo puedo hacer yo en un momento dado. Eso no pone en duda la relación, la refuerza, porque es un amor honesto desde lo que somos, no desde lo que fingimos ser.

Nuestra pareja no es alguien ideal ni perfecto, igual que nosotras. Es una persona que va a ser nuestro espejo, una persona con la que crecer, a la que abrirnos del todo sabiendo que nos sostendrá en el camino. De eso tratan los vínculos sanos, de dejar que la otra persona descubra quien somos realmente sabiendo que eso no va a afectar a la pareja más que para convertirla en una relación más real, honesta y sincera.

Si cuando nos molesta algo de la otra persona no se lo decimos, vaya a ser que se lo tome mal, lo que vamos haciendo es generar distancia, dejando enfados bloqueados que nos harán saltar de mala manera cuando se acumulen. En cambio si somos capaces de decírselo tranquilamente y le animamos a decirnos también lo que le molesta de nosotras generamos un clima de confianza mucho más relajado.

Así sabemos que estamos construyendo un lugar común. Donde cada persona aporta lo suyo y se generan acuerdos para estar cada vez mejor.

No hagas suposiciones.”

En este sentido es más que recomendable no asumir que sabemos lo que la otra persona piensa o siente. Como dice el Dr. Miguel Ruiz en el libro “Los cuatro acuerdos”, no hagamos suposiciones. Porque nos queramos mucho no tenemos que ser necesariamente telépatas. Incluso si tenemos una conexión maravillosa en la que muchas veces sabemos lo que la pareja piensa o siente, nada mejor que asegurarnos mediante el diálogo. Así también demostramos interés hacia la otra persona, le hacemos saber que es importante y es escuchada.

Claramente esos diálogos no siempre serán sencillos. Cuando la otra persona nos muestra algo de nosotras que hay que cambiar, eso duele. Crecer duele. Pero hay que verlo positivamente y no tener miedo de ese dolor. Si sabemos que la pareja está ahí a pesar de esas cosillas por pulir nos da un punto de apoyo y una motivación enorme para hacerlo. Si asumimos que lo que nos dice lo hace por amor, porque quiere estar con nosotras y le decimos sus cositas con ese mismo tacto, poco a poco se convierte en una sana costumbre que no nos tomamos de manera tan personal.

Y aunque haya dolor tampoco hay que llevarlo al extremo de pensar que el amor siempre tiene que doler. Hay auténticos adictos a las relaciones perturbadas que oscilan entre el amor y el odio, entendiendo que eso es muy apasionado, en lugar de lo que es: enfermizo. Hacer daño a la otra personao no es nunca el objetivo, eso genera heridas que siempre dejan cicatrices, ganas de venganza y otras maravillas del estilo que no tienen cabida en relaciones sanas.

Tu pareja no es alguien a quien puedas poseer o con el que te puedas fundir. Sois seres individuales que deciden compartir. Y eso puede durar toda la vida o no.”

Tampoco es nada sano asumir cosas como que “somos uno” o “es mío/a”. Eso es cosificar a la pareja. Le convierten en “algo” que podemos poseer. Un ente sin personalidad propia. Genera la ilusión de seguridad, de que nada cambiará y no nos dejará nunca. Lo cual es sencillamente una verdadera estupidez. Queramos aceptarlo o no, y no es fácil de aceptar porque socialmente no nos han educado así a la mayoría, el otro es un ser INDEPENDIENTE. Eso quiere decir que tiene sentimientos, emociones y pensamientos propios, y sí, también puede sentir atracción por otras personas. Lo cual no quiere decir que vaya a pasar nada por eso. No somos animalitos que vayan detrás de cualquier estímulo sexual sin pensar. Para eso somos seres con consciencia, tenemos capacidad de decisión y esas decisiones tienen consecuencias, así de fácil.

Las relaciones dependientes en las que “no hago algo porque mi pareja no lo hace”, “no sé qué hacer cuando no está la otra persona” o “dependo de su permiso para tomar decisiones”, no son ni sanas ni adultas. Es seguir comportándonos de manera infantil en lugar de como personas adultas. Con ataques de rabia y chantajes emocionales incluidos.

Aquello de “ya cambiará por mí” esconde un ego descomunal detrás así como una falta de amor. Si queremos que cambie es porque no nos gusta como es y si no nos gusta ¿qué estamos haciendo? Busquemos a otra persona que sí que nos guste de verdad. Otra cosa es que haya cosas que pulir, eso es normal. Todos tenemos cosas que pulir, eso se hace con el tiempo, pero siempre debe hacerse desde la aceptación y el amor.

Lo maravilloso es que tenemos a otro ser diferente muy cerca y podemos descubrir matices nuevos cada día, profundizar en lo que es y seguir sorprendiéndonos y encontrando nuevas razones para amarlo. Y si crece con el tiempo mucho mejor ¡más para compartir! ¡Eso es evolución!

Y si en estos cambios resulta que ya no es la persona que deseamos como pareja, tampoco por eso hemos de odiar o ser odiados. Sigue siendo el mismo ser que amamos antes. Ahora toca decidir si lo queremos seguir teniendo en nuestra vida como una amistad. Cosa que también lleva su tiempo y no ocurre de un día para otro.

Claramente también podemos decidir que, aunque le sigamos teniendo el mayor de los cariños, no deseamos que esté en nuestra vida ¡somos libres también de tomar esta opción!

Entonces toca disfrutar de la soledad. Una nueva etapa para descubrirnos y disfrutar de nosotras mismos sin buscar muletas (otras relaciones) que refuercen la seguridad personal de la que carecemos.

Sea como sea, si no estamos bien con la pareja, lo mejor es ser honestas y directas. No conozco una persona ni dos que esperan a cortar a que termine los exámenes, encuentre trabajo, supere una enfermedad… Puedo sonar poco amable, pero eso no dejan de ser excusas que nos ponemos. Podemos seguir apoyándole en sus exámenes, trabajo, enfermedad o lo que sea con cariño. Seamos honestas ¿hay un buen momento para cortar? Creo que el mejor es cuanto antes. Así ambas personas podemos comenzar una nueva etapa. En caso contrario ¿de verdad pensamos que hacemos feliz a la otra persona si nosotras no estamos felices a su lado? Es estirar una historia que ya no va, con lo que solo podemos causarnos y causar más daño. Eso sí, con nuestra mejor intención.

Comencemos a tener relaciones vivas, llenas de energía, sorpresas y descubrimientos. Veamos a la pareja como el ser fascinante que es con todas sus cositas, como nosotras tenemos las nuestras. Apoyémonos, limemos diferencias con cariño y paciencia y aceptemos que es una oportunidad maravillosa para convertirnos en mejores personas. Eso sí que es Amor, con mayúsculas.

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