Hace un par de años una idea me golpeó la cabeza recolocándomela. Vino sin ser buscada, de una parte de mí que supongo que trabaja silenciosa y profundamente y, de vez en cuando, decide sorprenderme. Esta vez la sorpresa dolió, sobre todo porque según vino supe que era la verdad.
Como ocho de Eneagrama, la vulnerabilidad es algo que no me ha gustado, que me ha generado rechazo y, digámoslo claro, repulsión. El Eneagrama me puso delante una verdad que ni me había planteado: los demás no son así por decisión. Tenemos pulsiones, tendencias y toda una estructura de personalidad que nos arrastra si no nos damos cuenta de lo que pasa. Hasta entonces los demás eran blanditos, sosos, ñoños, imbéciles, pusilánimes, inútiles y lelos, por decisión propia.
Para añadir impacto a este primer descubrimiento, también me enteré de que no eran nada de eso, y que yo era vista como dura, sin emociones, fría, controladora, amenazante y agresiva. Superado y colocado todo esto, conectando con mi vulnerabilidad, “yéndome al dos” hasta con gusto, yo creía que estaba todo hecho. De ahí que el golpe doliera más, no me lo esperaba.
Intentando ordenar mi historia personal supongo que alguna pieza se movió y salió una verdad como una catedral: “los ochos también somos víctimas, somos víctimas de nuestras familias”. ¿Yo? ¿Que yo soy una víctima? Vamos no me jodas… Tras la negación predecible e inicial, se impuso esta realidad.
Lo peor que alguien me podía decir, me lo acaba decir yo misma y ¡era verdad! Los ochos no soportamos el victimismo, la debilidad, la vulnerabilidad porque nos conecta con ese momento de nuestras vidas en los que fuimos una víctima absolutamente indefensa: nuestra infancia.
Esto lo enseño en clase de Eneagrama, así que se puede pensar que ya podía yo haberlo deducido antes. La realidad es que no, que no lo había pasado por mi cuerpo, que no había dolido tanto porque no estaba integrado.
Casi había visto mi desconexión con la vulnerabilidad como una decisión, como la mejor estrategia. Luego, después de mucho leer y leer, había entendido que vulnerabilidad no es lo mismo que debilidad. Ahí ayudó mucho Brené Brown, que hace esta distinción como nadie: debilidad es no tener capacidad de defenderte, vulnerabilidad es permanecer abierto. Así contado eso de ser vulnerable me conectaba todavía más con el poder. A qué negarlo, eso me gustó mucho. Ahora resulta que ser vulnerable era ser todavía más poderosa, de una manera más auténtica. Me faltó ir a comprar una medalla para ponérmela. Ya no me estaba defendiendo, no lo necesitaba porque sabía que podía permanecer abierta y tener capacidad de respuesta. Pues ya está, siguiente.
En ese proceso sabía que había sido víctima como todos, pero no que me sentía víctima. Amigos, eso es otra cosa mucho peor. Pero, si observas a las personas que se identifican con el eneatipo ocho de tu entorno ¿de qué se quejan más cuando hablan de su historia personal? De su madre, y algunas veces de su padre. No del abandono, no del desgarro, no del dolor de la desconexión, de eso no solemos hablar. Es más probable que el discurso diga lo mal que lo hicieron, lo culpables que son, lo poco que dieron, como no estuvieron. Hablamos echando la culpa al otro, no desde nuestro sentir. Eso señoras y señores, es victimismo. Puro y duro.
Sentirse víctima duele, una barbaridad. Y verlo con esta claridad destroza parte de la autoimagen que te habías montado para darte taza y media de realidad. Esa verdad que una vez vista no puedes dejar de ver, esa que te atraviesa y te hace más humana, más blanda (no como blandita -aclaremos- como adaptable, como flexible, como dúctil).
Confieso que me pareció tan importante que se lo comenté a dos personas y, por solidaridad con todos los ochos del mundo, ahí quedó la cosa. Ayer en clase salió el tema con mis alumnos avanzados, me preguntaron cómo éramos los ochos víctimas y tuve que confesar. Lejos de sentir que estaba rompiendo algún pacto de silencio no escrito entre ochos, me gustó compartirlo porque vieron con claridad lo que no mostramos. Tan bien hacemos nuestro papel que luego cuesta desmontarlo y que nos vean como seres humanos con miedo, trauma, límites e incluso victimismos.
La próxima vez que un ocho rechace tu vulnerabilidad, tu debilidad, tu falta de recursos, no creas que está pensando en ti, no lo hace. Le has conectado con su historia, esa que si no tiene muy trabajada no quiere tocar porque no puede sostener. No es personal, jamás lo es. Lo que hay no es rechazo, es dolor. Así que dale su tiempo, cada persona tiene el suyo. O aléjate, porque puede que no le apetezca hacer ese camino. Pero, ten muy claro que no es que odie tu vulnerabilidad, ni tu debilidad, ni tu victimismo, es que no puede soportar el suyo.