Todos queremos que nada cambie

Cambiar duele. Podemos hacer un duelo por una persona, por una relación o por un trabajo. Es importante transitarlos con consciencia. Sabiendo que tenemos derecho a sentir.
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Raquel Rús
Sexóloga, terapeuta de pareja y Profesora Acreditada por la International Enneagram Association. Autora del libro "Comunicación consciente".

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A ninguno nos gusta que nos despidan de un trabajo donde nos sentíamos cómodos, ni deseamos pasar por una ruptura sentimental y, por encima de todo, no deseamos que un ser al que amamos muera. Todos esos eventos nos enfrentan a lo que somos.

De golpe el cómodo día a día se rompe en pedazos y nos vemos llenos de inseguridades, rabia, tristeza y planteamientos de una profundidad inusual. Tan cierto es que no son situaciones que deseemos como que son parte natural de la vida. Sí, he dicho natural. 

¿Quién nos ha dicho que sentir dolor estaba mal?

Los duelos no son una enfermedad que necesite medicación de ningún tipo. Son procesos que nos cambian. En ellos hay una renuncia a lo que fue y que nunca más será ¡cómo van a ser fáciles! ¡duelen! ¿Y quién nos ha dicho que sentir dolor estaba mal? Ya es hora de que aceptemos que no hay emociones buenas o malas, hay emociones.

Nosotras somos las que las generamos basándonos en nuestras expectativas, nuestros valores, nuestros patrones… Ellas nos dan información de todo ello y hacen que los revisemos, y ¿sabes? así es cómo crecemos. Cambiamos porque el dolor nos indica que algo no va bien y esa sensación de incomodidad nos impulsa a movernos de donde estamos.

Al ir a nuevos lugares interiores descubrimos más de lo que somos y de lo que podemos ser, experimentamos la vida desde nuevos puntos de vista y conocemos a personas que pueden influirnos para mucho mejor. Pero no, atrás no volveremos. Jamás volveremos a ser los mismos. Nos rompimos y nos recompusimos, nos reinventamos y, si lo hicimos bien, ese nuevo ser en que nos convertiremos será mucho más auténtico que el anterior.

Osho decía que lo que realmente requeria de valor era el suicidio diario. Cada día morir un poco, sin apegos a lo que somos o creemos ser, para convertirnos en alguien que nos guste más, que sea un poco más feliz independientemente de lo que ocurra en la vida.

Mientras nos acostumbramos a esa muerte habitual cuando hemos de hacer un duelo permitámonos llorar desconsoladas, sentir rabia hacia el Universo, culpa por lo que no hicimos o tristeza por lo que pudo ser. Todas esas emociones son nuestras y no tienen nada de malo; necesitamos imperiosamente sentirlas tanto que las agotemos.

Del dolor no se puede huir, hay que traspasarlo.

En yoga no hace mucho mi maestra vio como un alumno no se esforzaba lo suficiente y le dijo una frase que me dejó en suspenso: “del dolor no se puede huir, hay que traspasarlo”. Así que olvidemos hacer como que no ha ocurrido nada, fingir que no duele a morir, que no nos dejó desconcertados sin saber qué hacer o que podemos volver al trabajo y a las relaciones con los amigos como si nada hubiera pasado. Ha pasado y comienza una nueva etapa.

Elizabeth Kübler Ross, una de las mayores expertas mundiales en moribundos y cuidados paliativos, fue la primera en distinguir cinco etapas por las que pasaba (sin importar el orden) la mayoría de las personas a las que ella atendía:

  • Negación
  • Rabia
  • Negociación
  • Tristeza
  • Aceptación

Basándose en ellas, hace unos años Salomon Sellam, médico especialista en psicosomática, añadía algunas más que viven las personas en proceso de duelo:

  • Explicación
  • Comprensión
  • Dejar ir, soltar y perdonar
  • Reinvertir en la vida

Conocerlas puede parecer algo sencillamente curioso, pero cuando lo estás viviendo y eres consciente de tu paso por ellas da una sensación de normalidad que alivia mucho. Es otra forma más de evitar nuestra tentación de no vivir el dolor.

Si queremos hacerlo bien hay que sentir y mucho.

Hace tiempo un amigo experimentó una separación de una pareja con la que había compartido muchos años de su vida y me aseguraba que estaba triste, pero bien. Yo le hablaba de las fases del duelo y de lo normal que sería sentir rabia, mientras él me miraba negando con la cabeza. Semanas más tarde me dijo: “oye, sabes qué, creo que estoy empezando a cabrearme”. Y los dos supimos que entonces todo estaba bien, porque había seguido su viaje por las etapas del duelo.

Está claro que si pudiéramos, pasaríamos de puntillas por ellas, para no sentirlas, pero ya hemos dicho que si queremos hacerlo bien hay que sentir y mucho. No hacerlo puede parecer una ventaja temporal, pero nos deja estancados. Aparentemente podemos pensar que no pasa nada porque no llorásemos esa muerte, que estábamos en shock y era normal. La cuestión es que, si pasan años sin hacer el duelo, oficialmente tenemos un problema.

Y quizás un día en el que ya ni lo tengamos presente nos sintamos tristes sin saber porqué, lloremos sin saber la causa y no sepamos cómo manejarlo porque no entendamos nada. Ahí estará el duelo intentando salir. Por eso, de verdad, llora, grita y haz lo que lo necesites cuando te toque y ten presente que está bien como lo hagas porque no hay una forma correcta.

Aprovechad para mirar hacia dentro, para conectar con tu mortalidad y tu inmortalidad, para tener miedo a lo que viene e, incluso así, saber que traerá cosas buenas y un nuevo tú, uno que puede que ni siquiera te atrevieras a imaginar.

Traerá cosas buenas y un nuevo tú, uno que puede que ni siquiera te atrevieras a imaginar.

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